No abandonar la casa de Dios implica obedecer las leyes escritas en el corazón por Cristo Jesús.
Es manido acallar todo ápice de rectitud con auge a lo decadente y solo al ver que sale de nuestro control las causas de detrimento generado por nuestro proceder, clamamos por misericordia de quien hemos vilipendiando.
Es mejor empezar toda acción buscando la aprobación del Creador manifestada en beneplácitos obtenidos, de esta forma evitaremos contratiempos.
Se emplea como último recurso lo que debería ser el anterior a una acción, para saber que correrá satisfactoriamente.
Como seres gregarios actuamos aborregados a la multitud con debilidad de carácter para marcar pautas de conducción.
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