En momentos de abundancia o venturosos, pocos somos de querer destinar una parte al socorro del menesteroso o al menos aflorar gestos de agradecimientos.
La razón de avecinarse momentos aciagos puede ser, conducente a la humillación.
Por doquier leemos de buenas intenciones, pero el infierno está repleto de ellas por la inacción.
De no acompañar con justeza y santidad nuestras acciones las promesas de Dios no son para nosotros.
Dios se mueve por fe a Cristo Jesús y no por sentimientos o lagrimas.
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