El que mide sus palabras sabe lo que hace. El de espíritu apacible es hombre prudente. El que cierra sus labios es entendido.
El hombre esquivo anda en pos de sus propios caprichos, y se encoleriza contra todo buen consejo.
El necio no se deleita en la discreción, sino en publicar lo que piensa.
A la desgracia sobreviene el desprecio y a la deshonra, la afrenta.
La boca del necio es su propia ruina, y sus labios lazo para su alma. No es bueno favorecer al culpable, para torcer el derecho del inocente, pagarás con creces.
El corazón del entendido adquiere sabiduría, y el oído de los sabios busca la ciencia.
Las palabras del sabio son como aguas profundas al necio.
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